Nosotros

Nuestra Historía

La historia del café Hacienda San Pedro se remonta a los finales del siglo XIX, cuando llega a nuestras orillas un joven español de 13 años con una sola maleta y sus sueños. Emeterio Atienza era un excelente trabajador que, en muy poco tiempo, llegó a alcanzar la posición de mayordomo, y luego capataz, de una de las más prestigiosas haciendas de café en Puerto Rico. Además de trabajar la tierra, Emeterio se desempeñaba como maestro de agricultura, logrando ganar el respeto de los demás caficultores por su sabiduría, perseverancia y su buen corazón.

 

En el año 1931, luego de años de arduo trabajo y dedicación constante, don Emeterio finalmente logró comprar su propia finca en el barrio Coabey de Jayuya y la bautizó con el nombre de Hacienda San Pedro. Todas las mañanas al amanecer, salía a caballo con sus siete hijos a recorrer la finca para revisar la florecida de los árboles de café, inspeccionándolos uno por uno. Cada árbol de café tenía su propio nombre, tradición que continuó su hijo menor, Alberto, y que aún practica su nieto Roberto Atienza; honrando una larga tradición familiar que comprende a cuatro generaciones de la familia Atienza.

El café Hacienda San Pedro todavía se cultiva, se recoge a mano y se elabora con el mismo cuidado artesanal que se hacía en la época de don Emeterio. Hasta el secado del café se realiza en bombos antiguos que llevan más de 100 años en la finca. Es tanto el amor y respeto que siente don Roberto por este café, que durante las horas críticas del secado del café, pasa las noches en vela al lado de los bombos, al igual que hizo su abuelo, esperando a que el café esté listo para ser descargado. Cuentan que tan afinado es el oído de don Roberto, que aún dormido se levanta al momento de escuchar el sonido que emerge del café secado a la perfección. Para Roberto Atienza, cuidar personalmente los detalles, es realizar el sueño de su abuelo, llevando al mundo el mejor café de Puerto Rico. Quizás por esa razón se ha oído decir a familiares y vecinos, que a veces de madrugada se siente rondando la finca, montado a caballo por un camino que llega a las faldas de los Tres Picachos. El murmullo lejano de una voz alegre que va cantando y saben que por ahí, con gran orgullo, va don Emeterio.